Por Rodrigo Rieder
No sé cuántos años han pasado, no sé en qué momento se me
fue acabando la juventud; solo sé que la altura de los pies en cada paso que
están los zapatos más cerca del suelo y los tropiezos son más continuos; la
torpeza en las manos se encuadernan en los olvidos de donde dejo las cosa que utilizo
y que el chorro de la orina no tiene la presión suficiente para ahuecar la
tierra como en mis años mozos; soy un hombre maduro
Mi padre me enseñó la afición por los gallos, a mis cinco
años de edad me llevó a la gallera que
teníamos diagonal a la casa donde
residíamos en la carrera 17 detrás del mercado público viejo de Codazzi.
Una vez un famoso plumífero de propiedad de Adulfo Cuello
perdió una riña en la cual demostró su casta pero recibió mortales heridas que
un gallero de apellido Reales, trabajó duro para salvarle la vida; papá estaba
cerca, había perdido la apuesta que junto a su amigo y compadre dueño del
gallo, habían asumido entre los dos.
-Que gallo tan bueno compadre, quiero llevarlo a casa para
que se recupere y lograrle unos hijos.
-lléveselo compadre-
respondió Adulfo.
Me entregaron al moribundo animal y salí corriendo a
llevarlo a casa después de escuchar las recomendaciones del gallero; “guárdalo
en una caja oscura para que recupere la vista y solo dale de comer guineo
maduro” eso me dijo el gallero después de entregarme una capsula de Ambrasinto (antibiótico), pastilla ya descontinuada.
Ese animalito se recuperó, no volvió a las galleras había
ganado 25 de su 26 peleas realizadas, me convertí en su fan y lo cuidé hasta
que papá repartió todos sus hijos después de que muriera atrapado en una troza
de madera apilada en el patio
Pasaron los años y con los ires y venires de la vida,
asistiendo de vez en cuando a las galleras, se me dio por tener mis propios
gallos. Oficiaba como Inspector general de transportes y tránsito de Codazzi
cuando Armando Ibarra Ávila me regaló un
pollo fino de unos seis meses de color mono y con corte de gallo
español, ya había criado un par de pollos que me dio Carlos Toro Rodríguez de
la cría de Ventura Aguilera y como no tenía nada que más hacer, estos dos
animales recibieron una alimentación que más tarde serviría para adquirir fama
como animales de resistencia y fuerza durante las peleas.
En esos tiempos “Chale” Berrio, también joven como yo en esos
tiempos traía a casa un pollo de 7 meses al cual llamaba “Mundocielo” y en el
patio echábamos a pelear los animales embotados con tiras de tela en sus
espuelas y los dejábamos pelear hasta el cansancio.
Los tres gallos, es decir los dos míos y el de él fueron
famosos, él se hizo gallero de profesión y yo seguí por la vida enfrentando a
puro hachazos la vida hasta que me hice profesional en Unisabana tras los
acuerdos del Presidente López con la entidad para profesionalizar en tres años
que estuve en Bogotá y lograr mi tarjeta profesional de periodista.
Cualquier día estaba visitando a mi compadre Efraín Gonzales
Cartagena, padrino de Efer mi hijo, cuando Julio Herrera me escuchó hablar de
gallos con Alfonso Daza (Pilatos) y me dijo: -¿quiere unos pollos?
A mi afirmativa respuesta; salió y dejé de verlo. Él tenía
un aserradero de madera por Verdecia y Minguillo que en esos tiempos
pertenecían al municipio de Codazzi y veía pasar a mi papá quien también estaba
en el negocio de la madera en la localidad de San Diego.
Cinco cajas entre cartón y madera encontré en una madrugada
en la terraza de mi vivienda; me había despertado por una algarabía de gallos
cantando en las afueras de la casa y al abrir la puerta; ahí estaban; cinco
animales debidamente encerrados en los provisionales guacales.
-“De quien serán estos animales”- me pregunté y los llevé al
patio para darles comida-
Como mi plato preferido es la yuca con queso rallado y café
con leche terciado pasadito de dulce, terminé mi porción cuando un camión con
frenos de aire sonoro: pissió en la puerta y ahí estaba Julio como conductor; salí
en franelilla a la calle y me gritó: “-Ahí le traje esos cinco para que se
divierta y gane plata”.
Di las gracias y Julio se fue hasta que lo volvía a ver once
meses después reclamando por un accidente de tránsito que había sido levantado
por la oficina donde yo era jefe y al no poder ayudarlo dejó de háblame para
toda la vida.
Esos cinco gallos eran hermanos; dos blancos, uno mono, un
negro y el preferido: cenizo-morado.
La semana siguiente hice los guacales, Armando me regaló
otro pollo y Carlos José Daza me hizo llegar un hermoso Camagüey, completé siete y comenzaron mis visitas a los cuidanderos
de la época: Milciades, Ochoa, Neftalí
Holguin, Chale Berrio y Héctor su hermano, Reales y Capo.
Aprendía descrestar, corretear a los animales, a motilarlos,
alimentarlos, curarlos pero nuca calcé porque el tiempo no me alcanzó pues la
dureza de la vida me obligó a dejar la afición, venirme a Valledupar y comenzar
una nueva vida.
HERRERITA: MI GALLO HEROE
De los cinco gallos que trajo a mi puerta Julio Herrera,
regalé uno que hiso la pelea más larga y buena que en esa época jamás había
visto. Alberto Moreno, un director de Cenalgodón se enamoró de ese blanco y
terco gallo y no se lo pude quitar del sobaco.
El otro blanco de mayor estatura lo peleé cinco veces y
Carlos José me lo pidió y chao, se fue.
El negro ganó una riña en Becerril y a la segunda un gallo
de Chale Berrio le dio una mortal morcillera, luego murió en mis manos: el mono
me lo arrebató en medio de una emoción Armando Ibarra y; como le decía que no
si era mi protector en las galleras.
A Herrerita, el morado-cenizo, nunca lo dejé tocar, solo el
calzador lo hacía cuando le armaba las espuelas especiales y medio corta que se
habían destina para el exclusivamente. Era un gallo súper rápido, hizo 16
peleas y perdió las dos últimas; nunca le pude recuperar el físico y la
versatilidad que perdió en su antepenúltima riña, donde a pesar de haber
quedado mal herido ganó,
Herrerita fue su nombre en honor a quien me lo había
regalado. Tobías Hinojoza, Alfonso Ávila, Carlos José Daza, Pilatos Napo y otros
amigos cercanos siempre ponían el dinero para respaldar las apuestas en las
listas; ese gallo contaba con la correspondiente confianza de todo el grupo de
aficionados a los gallos que en esos tiempos estábamos en Codazzi.
Cuando salíamos a otras poblaciones a pelear nuestros
animales; Herrerita nos sacaba de la tristeza; parecía una tromba, tiraba
espuelazos afianzado y picando la cabeza de su contendor, pero la pluma del
pecho de su contendor era la parte preferida, una vez alcanzó a tomar por los
dedos de las patas a su contendor y al acometerlo, espueleó los músculos que no
volvieron a sostener a su rival, otra vez clavó la espuela inquiera dejando el
pellejo del pescuezo clavado en la valla de madera; salía picando debajo del
ala de los otros gallos y nunca sus peleas llegaron al final del tiempo; solo
las dos últimas.
LA GRAN RIÑA Y COMO PERDIÓ LA VIDA
Un gallero de apellido Ochoa, (debe haber muerto) muy
“salado” para los gallos; así era su fama; me abordó un mañana de cualquier
domingo, casi no habían gallos, estábamos en tiempo de cambio de pluma pero yo
había llevado a “Herrerita que hacia 15 días había reñido dos veces en esa jornada, me dijo; hoy se acaba tu “Herrerita;
fuimos a la báscula y fuero 3,2 por mí y 3,4 el peso de su gallo chino patas
verdes.
No hubo problemas para recoger el dinero de la apuesta;
Chale Berrio calzó a los rivales y puso unas espuelas muy largas; a nuestro
gallo le improvisaron unas espuelas porque las de él se había puesto romas y
fuimos a la valla.
Herrerita comenzó como un ciclón hasta que lo detuvo un
pequeño tiro de pulmón y bajó el ritmo de pelea, era tanto su fuerza al patear
que se escuchaba el golpe en toda la gallera de Los Manguitos en el barrio Las
Delicias de Codazzi. Tiró y tiró hasta que venció, pero cuando eliminó a su
contendor y después de haber sido declarado ganador comenzó a vomitar sangre;
no me dejaron tocarlo, hasta el mismo Chale Berrio vino a chupar con la boca el
pescuezo de Herrerita hasta que todo volvió a la calma.
Pasaron cinco meses y Herrerita se recuperó junto a 8
gallinas en una fina de “El Mocho”, gran amigo mío.
Fui a verlo y ahí estaba, parece que me hubiese conocido;
comenzó a cantar sobre una piedra, no opuso resistencia cuando lo tomé en mis
manos; esa vez lo motilé con golilla, su piel volvió a tornarse roja y las
plumas brillantes con cambio apenas perceptibles en su colores; era un gallo
diferente.
Guardé silencio sobre su presencia en la gallera de La Paz,
el grupo había llevado unos 10 animales, cinco fueron ganadores; en la noche
salió rival para Herrerita y se cumplieron los protocolos: Herrerita no alcanzó
a pelear, cuando {él y su contendor se hicieron una bola de plumas en el centro
de la valla, él llevó la peor parte, un espuelazo había penetrado hasta su
corazón y lo dejó sin posibilidades.
No me permití llorarlo; Carlos José Daza me ponía la mano en
la espalda y regresé a Codazzi en una camioneta gris de Pilatos y al entrar a
Codazzi le dije; -“Me retiro de los gallos”, hasta el sol de hoy. No he ido
nunca más a una gallera.